Literalmente se traduce como «la vía de la espada» (Ken: Espada, sable; Do: Camino, vía). Tiene su entecesor en el Ken-jutsu, que es el conjunto de escuelas medievales japonesas de combate con espada. La diferencia está en que en el Ken-jutsu se busca matar al enemigo, mientras que en el Kendo el objetivo no es vencer al contrario, sino vencerse a uno mismo.
El Kendo utiliza un arma. Antiguamente esa arma era la katana o sable japonés. Actualmente se usa una réplica de madera dura llamada bokuto. Existen diversas formas de sables, de acuerdo a cada escuela.
Para el combate se utiliza un sable de bambú llamado Shinai. Está compuesto de cuatro varillas de bambú, con una empuñadura y una contera de cuero. Tiene una flexibilidad que permite amortiguar los golpes.
La armadura o bogu está concebida para resistir golpes. Es muy necesaria, ya que los golpes viajan a enorme velocidad.
El do es el camino o la vía. La vía para superarse a sí mismo, para mejorar su propio espíritu, para purificar y fortalecer su corazón. Se aprende a soportar el cansancio, a sobreponerse a las dificultades. Se aprende a diciplinarse, a concentrarse. Es también educación y respeto profundo hacia el adversario. Esto es común a todas las artes marciales japonesas: Judo, Aikido, Karatedo.
Lo que distingue al Kendo está en el hecho de que esta vía se la recorre con un sable. Esto le da un carácter mágico. En casi todas las culturas que aprendieron a forjar el hierro, regalo de los dioses, a través del herrero-shamán, las gestas heróicas empiezan con el encuentro de una espada encantada.
Esta magia es imposible de describir, pero ha conquistado a cada practicante en el mundo. Está hecha de sensaciones, como por ejemplo cuando en combate, a través de la concentración, mi mente se anula, manteniendo sólo la intención. Y el golpe surge del cuerpo en forma inconsciente, natural, como el viento o la lluvia. Y siento al mismo tiempo el corazón de mi adversario en armonía con mi propio corazón. Es un momento mágico.